EDUCACION PARA LA LOCURA

Siendo las diez de la mañana, el carro se detuvo en la tienda, los recuerdos de ella, un negocio frente al caño, las moscas volaban de un lado a otro, emocionadas por la basura putrefacta de donde emanaba un olor nauseabundo, pero al parecer solo las moscas, se daban cuenta de ello. Los adultos, algunos fumaban, colillas desgastadas de cigarrillo, al sonreír, sus dientes nos mostraban una tristeza, de años de no comer nada, sus manos se estiraban mecánicamente, para pedir y los niños sin camisas corrían tratando de golpear a los gallinazos, que competían con los perros, los pocos pedazos de basuras. Ese era el sitio el sector la Magdalena en el barrio de Olaya, a la orilla de la Ciénega de la Virgen, donde unas estudiantes, quijotes de bluyines y sanchos de pensamientos, nos invitaron a construir una cultura ambiental perdida en la miseria. La idea era llegar casa a casa, explicarles a las familias, lo inconveniente de vivir, frente al canal, por la putrefacción de este cuerpo de agua en donde el mosquito Aedes aegypt, trasmisor del dengue era peligroso y letal. Esas jóvenes con esa motivación, nos llevaron hasta ese sector.

Desde que llegamos se sintió que el ambiente no era el más conveniente, inclusive pensamos, en la policía ambiental, pero solo lo pensamos. Fue así como decidimos ponernos la camiseta, por la cultura ambiental.

Comenzamos visitando casa a casa, saludando los vecinos, explicándoles, el tema del manejo adecuado de los residuos sólidos, pero había una casa, que se veía bastante deteriorara; yo me acerqué, siendo el líder del equipo, me acerqué a la puerta, que estaba casi en el suelo, me asomé por la ventana, no vi a nadie, pero al mirar mejor, vi a un señor, tirado en el suelo, en lo que al parecer, era un colchón; al sentir los golpes abrió, los ojos eran rojizos, parecían tener fuego, se levantó y sin pensarlo agarró un gran palo, y me encaminó; sentí pánico, corrí sin pensarlo dos veces, para mi suerte, la puerta de la casa de al lado estaba abierta, entré y el hombre detrás de mí con el palo, con la aptitud agresiva, no dejaba de perseguirme, de suerte que los vecinos eran los padres del señor y lograron calmarlo, ese fue el final de la sensibilización, lo inesperado en este oficio hay que saberlo capotear.

Señor de los residuos.

URIEL AGUILAR